8/11/98

El jurado es influenciable

El jurado se deja influenciar por los demás

Es altamente probable que no se pueda contrarrestar la influencia de los relatos de culpabilidad (o de inocencia) que instalan los medios de comunicación respecto de personas imputadas de delito (que muchas veces terminan revelándose como infundados y erróneos después de generar gran influencia en la opinión pública).

Los ciudadanos comunes son propensos a considerar culpable a cualquier sospechoso mencionado por los vecinos o por los medios de comunicación, con tanta más fuerza cuanto más grave y perverso sea el crimen cometido. Y también son propensos a absolver al acusado cuando la opinión pública se inclina por la inocencia.

No se puede esperar de una gran mayoría de nuestros ciudadanos un estado de equilibrio psíquico social y cultural adecuado para juzgar a sus semejantes. Más bien cabe esperar respuestas cargadas de emocionalidad y por tanto muy susceptibles de la influencia de los medios de comunicación, uno de los factores más temidos internacionalmente respecto a la objetividad de los jurados legos.

Para colmo, la mayor parte de nuestros medios de comunicación experimenta un alto nivel de concentración en pocas manos empresarias, trasluciendo un monopolio del tratamiento periodístico de los temas, dentro de los cuales los del orden, la seguridad y el control ocupan un rol destacado. Y es por demás discutible la objetividad de los "comunicadores" y periodistas más famosos que tratan la cuestión.

Puede decirse entonces, que la influencia mediática que alimenta las ideas político-criminales de nuestra ciudadanía en esta etapa histórica, no es justamente la más deseable, y este dato cultural no puede ser tomado a la ligera: cada vez se lee menos y cada vez la televisión conforma más profundamente las ideas sociales hegemónicas.

Frente a esta innegable realidad, los juradistas argumentan —de modo falaz— que los jurados son doce, y que por eso es más difícil influenciarlos. Esto es falso. Para sopesar la influencia de la presión pública en el juzgamiento, lo importante no es la cantidad de personas que juzguen sino los conocimientos y preparación con que cuentan.

El derecho penal es una ciencia con principios tan rígidos como los de cualquier ciencia, los que establecen marcos de actuación que no se pueden franquear. La valoración de la prueba, a su vez, debe realizarse sobre la base de razonamientos de lógica inductivo-deductiva que también marcan límites precisos. Las leyes procesales también establecen un marco (el in dubio pro reo) que impone absolver al acusado en caso de no alcanzar la prueba determinado grado de convicción. Todos estos conocimientos, que los jueces adquieren con estudios y en la práctica cotidiana, no los tiene el jurado designado al azar.

Los jurados, por el contrario, no tienen ningún conocimiento sobre la ciencia de juzgar. Un jurado designado al azar no sabe de ciencia penal, no sabe de reglas inductivas y deductivas, no sabe de principios procesales, no tiene entrenamiento para juzgar, lo cual hace que sean fácilmente influenciables, sean 12, 20 o 100 sus miembros.

Los juradistas —siguiendo con sus sofismas— argumentan que los jueces tampoco son ajenos a los medios de comunicación. Ello también es fundamentalmente falso.

La posibilidad de que un periodista o panelista u opinólogo influya sobre el fallo de un juez letrado es infinitamente inferior a que interfiera en el veredicto del jurado. Los jueces tienen conocimientos científicos que les permiten tener herramientas eficientes y previsibles para juzgar. Los diarios, las radios y la televisión pueden hacer su propio juzgamiento, pero a los jueces poco les importa, porque cuentan con conocimientos científicos superiores a los de los periodistas, los cuales no pueden influirles de ningún modo.

Se trata de un fenómeno que ocurre siempre que una actividad requiere un saber técnico-profesional. Si el panel de un programa televisivo le dice a un mecánico cómo debe arreglar un auto, el mecánico no le va a llevar el apunte para nada, porque él sabe cómo arreglar autos. Y sabe más que ese panel televisivo. Si el panel de un programa televisivo le dice a un panadero cómo hacer las medialunas, éste tampoco le va a llevar el apunte, porque el panadero sabe más sobre pastelería que un panel de opinólogos. El conocimiento hace a las personas menos influenciables, porque para influenciar a alguien hay que saber más.

El jurado inexperto, en su natural inseguridad, busca sostén en el único lugar posible: la opinión pública y los medios de comunicación. Y no puede imponer su criterio al de los medios, porque carece de recursos para ello: no sabe más que cualquier periodista que ve en la televisión o lee en los diarios.

La opinión de los periodistas, de vecinos, de familiares, etc., es para ellos tan calificada como la propia. Por eso son fácilmente influenciables. Carecen de las herramientas científicas que les permitan juzgar por sí mismos, siendo fáciles presas de la manipulación de la opinión pública y los medios masivos de comunicación.

El juez, en cambio, sabe más que la opinión pública o un periodista de un noticiero y no se deja influenciar por él. La gran diferencia es que los jueces saben más que los periodistas. El juez cuando resuelve el caso tiene la seguridad del que sabe. Sabe cuando juzga bien y cuando juzga mal, y no necesita de nadie que le diga cómo ha juzgado o cómo debe juzgar.

Como si esto fuera poco, hay algo fundamental que distingue a un juez de un jurado: el juez tiene que explicar por qué condena o absuelve. Esto le obliga a someterse a las reglas de la lógica y la ciencia penal, ya que una sentencia mal fundada está destinada a ser revocada.

Es impensable que en una sentencia de un juez letrado se argumente que se absuelve o condena porque "todo el mundo dice que el acusado es culpable/inocente", porque "tiene cara de asesino/violador", porque "si no fue él ¿quién va a ser?", porque "ya robó/violó antes", porque "alguien que anda en la calle me dijo que era (o no) culpable", porque "en la televisión y los diarios dicen que es culpable/inocente", etcétera.

Si el juez no tiene elementos de prueba, no tiene más salida que absolver. Si la prueba indica la culpabilidad, la condena se impone. En cambio, como el veredicto del jurado es infundado, todas estas "razones" pueden originar una condena o absolución El jurado puede decidir influido por la opinión pública, razonamiento absurdos, prejuicios inconfesos, etc., y nunca sabremos.

Admitir que un jurado está menos capacitado para juzgar no es afirmar que la gente es tonta o que los jueces son seres iluminados. El mecánico arregla mejor los autos que el médico y el juez; el médico cura mejor que el juez y el mecánico; y el juez juzga mejor que el mecánico y el médico. Ninguno es tonto, ni iluminado: cada quien sabe de su especialidad.

En conclusión, un jurado designado al azar es inmensamente más influenciable que un juez letrado. De hecho, los dos errores judiciales más importantes en España lo han registrado los jurados populares (caso Wanninkhof y caso Cuenca). En EE.UU. se han constatado en los últimos 10 años el dictado de una condena errónea cada dos días (son más de 1000 condenas erróneas y a eso hay que agregarle la "cifra negra").

¡No es lo mismo equivocar un voto que un fallo!

El jurado popular aumenta las chances de un error judicial

Hay una notable diferencia entre votar y juzgar. Cualquier persona de recto juicio intelectual lo puede apreciar. El Estado no es tuyo, mío, ni del vecino, sino que es de todos, por lo que resulta razonable que a través del voto, todos decidamos el destino del Estado.

Es cierto que todos somos más o menos ignorantes en las cuestiones que hacen al mejor gobierno, pero si nos equivocamos ―que es lo que frecuentemente ocurre― no nos podemos quejar: todos decidimos sobre lo de todos, y nadie puede alegar su propia torpeza.

Pero la libertad del reo no es mía, tuya, del vecino, ni de nadie más salvo del imputado. Y los derechos de la víctima tampoco son míos, suyos, del vecino, ni de nadie más que de la víctima. No decidimos sobre lo de todos, sino sobre la vida y libertad del acusado y sobre los derechos de la víctima. Nuestra ignorancia habrá de padecerla otro, que tranquilamente puede alegar en su descargo nuestra torpeza, la cual no le es en nada imputable. El encausado y la víctima tienen derecho a que juzgue alguien que sabe de justicia y el Estado tiene la obligación de poner el juzgamiento en manos de personas letradas, adiestradas y expertas.

Por ello, rechazo el argumento comparativo de que, quien esté preparado para votar, lo está para juzgar. Creo que salta a la vista que se trata de actividades de naturaleza incomparable, porque la elección es siempre transitoria y colectiva, mientras que una condena o absolución firme a un tercero es una opción definitiva, con consecuencias tan graves como irreparables en caso de error.

Equivocarse en el voto eleccionario es algo que pertenece a la conciencia política, mientras que la posibilidad de condenar a un inocente, o de absolver a un culpable, constituyen conflictos éticos que pueden acarrear grave perjuicio directo contra terceros, que el Estado debe desalentar y prevenir celosamente.