21/12/12

El jurado es más susceptible a las emociones

Los jueces usan su cerebro; el jurado, con suerte el corazón

El juzgamiento de las personas no es una actividad meramente emotiva, sino que es primordialmente intelectual. No es que la emotividad no cumpla un papel a la hora del juzgamiento, pero cumple un papel subordinado a la ciencia. La ciencia debe dar contenido y relevancia a esos sentimientos que afloran, para que los mismos puedan ser considerados.

Si las emociones nos predisponen contra el encausado o contra la víctima, pero no los elementos de prueba, las emociones se deben dejar a un lado. El juez lo hace porque está entrenado; el jurado, no, porque carece de toda preparación.

Asimismo, si pruebas irrelevantes para el caso nos predisponen a favor o en contra del encausado, tampoco tienen ningún lugar en la valoración sobre la inocencia, culpabilidad o en el monto de la pena a imponer (p.ej., si se acredita que el encausado es un pendenciero, pésimo padre, mal ciudadano, maleducado y prepotente, ello no significa que él sea el autor del abuso sexual que se le acusa; si se acredita que el encausado es una excelente persona, buen vecino, amoroso con sus hijos, respetuoso de las normas, ello no indica que sea inocente del delito que se le imputa).

Nos dice el famoso psicólogo social Gustave Lebón: Al igual que las masas, los jurados se impresionan muy fuertemente por consideraciones sentimentales y muy levemente por argumentos. “No pueden resistir la vista ―escribe un abogado― de una madre dándole el pecho a su hijo, o el de los huérfanos”. “Es suficiente que una mujer tenga una presencia agradable ―dice M. des Glajeux― para ganarse la benevolencia del jurado”.

Carentes de misericordia por crímenes de los cuales parecería posible que ellos mismos podrían terminar siendo víctimas ―estos crímenes, por lo demás, son los más peligrosos para la sociedad― los jurados, en contrapartida, son muy indulgentes en el caso de violaciones a la ley cuyo motivo es la pasión.

Los jurados, al igual que las masas, se dejan impresionar profundamente por el prestigio y el Presidente des Gajeux destaca muy adecuadamente que por más democráticos que sean los jurados en su composición, resultan ser muy aristocráticos en sus filias y sus fobias. “Nombre, cuna, gran fortuna, celebridad, la asistencia de un defensor ilustre, cualquier cosa de naturaleza distinguida o que otorgue brillo al acusado, lo pone en una posición extremadamente favorable”.

La principal preocupación de una buena defensa debería ser la de trabajar sobre los sentimientos del jurado y, como con todas las masas, argumentar lo menos posible, o bien emplear tan sólo modos rudimentarios de razonamiento.

El orador no necesita convertir a su opinión a todos los miembros del jurado sino solamente a los espíritus lideradores del mismo quienes determinarán la opinión general. Como en todas las masas, también en los jurados hay un reducido número de individuos que sirven de guía al resto.

“He hallado por experiencia ―dice el abogado antes citado― que una o dos personas enérgicas bastan para arrastrar el resto del jurado con ellas”. Es a esos dos o tres que es necesario convencer por medio de hábiles sugestiones. Ante todo y por encima de todo es necesario agradarles.

Los jurados no suelen saber discernir entre pruebas y sentimientos, entre lo que deben probar y lo que "quieren" probar. Ven, en la mayoría de los casos, lo que quieren ver. No hacen una valoración global de la prueba, sino aquella a la que la emotividad los inclina.

El juez profesional, por el contrario, sabe que su primer tarea es la de desechar todo aquello irracional. Que su función es la de valorar toda la prueba, de forma integral, para arribar a una conclusión sobre la inocencia o culpabilidad del reo, y sobre el monto de la pena a imponer.

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